marzo 26, 2008

Ciudad invisible, ciudad vigilada. Nestor García Canclini.

¿Cómo nos arreglamos para vivir a la vez en la ciudad real y la ciudad imaginada? Todas las ciudades presentan una tensión entre lo visible y lo invisible, entre lo que se sabe y lo que se sospecha, pero la distancia es mayor en las megalópolis.

La primera oscilación entre lo visible y lo invisible se muestra como tensión entre la ciudad experimentada físicamente y la ciudad imaginada. Nos damos cuenta de que vivimos en ciudades porque nos apropiamos de sus espacios: casas y parques, calles y viaductos. Pero no recorremos la ciudad sólo a través de medios de transporte sino también con los relatos e imágenes que confieren apariencia de realidad aun a lo invisible: los mapas que inventan y ordenan la trama urbana, los discursos que representan lo que ocurre o podría acontecer en la ciudad, según lo narran las novelas, películas y canciones, la prensa, la radio y la televisión.

La ciudad se vuelve más densa al cargarse con fantasías heterogéneas. La urbe programada para funcionar, diseñada en cuadrícula, se desborda y se multiplica en ficciones individuales y colectivas. Esta distancia entre los modos de habitar y los modos de imaginar se manifiesta en cualquier comportamiento urbano. Pero quizás es en los viajes donde irrumpe con más elocuencia el desajuste entre lo que se vive y lo que se imagina. Desde las descripciones de Hernán Cortés a las de Humboldt sobre la ciudad de México, desde las de empresarios norteamericanos hasta las de exiliados latinoamericanos, del discurso de las agencias turísticas hasta el de los medios masivos, sería posible indagar cómo se fue configurando un imaginario internacional sobre la capital mexicana.

Podríamos anticipar que viajar a la ciudad de México es para muchos extranjeros buscar el encuentro con la mayor ciudad latinoamericana de origen prehispánico, y a la vez con la más poblada y contaminada del mundo. Así como Rem Koolhaas ha dicho que Nueva York es “la estación terminal de la civilización occidental”, se piensa que México DF es el último puerto de los delirios de Occidente en su versión tercermundista. En realidad, México no es ni la más poblada ni la más contaminada, aunque se acerca a esos logros: Tokio tiene 25 millones de habitantes y Sao Paulo 18 millones.

En un estudio reciente, buscamos conocer los imaginarios que suscita la ciudad de México no a quienes viajan hasta ella, sino a quienes viajamos por ella diariamente. Partimos de la simple observación de que las ciudades no se hacen sólo para habitarlas, sino también para atravesar su espacio. En la ciudad de México varios millones de personas ocupan entre dos y cuatro horas diarias transportándose en metro, autobuses, taxis y coches particulares. Cuando se realizan 29 millones de viajes-persona por día, las travesías por la capital son formas importantes de apropiación del espacio urbano y lugares propicios para disparar imaginarios. Al recorrer las zonas que desconocemos, nos cruzamos con múltiples “otros” e imaginamos cómo viven en escenarios distintos de nuestros barrios y centros de trabajo.

Presentamos un conjunto de 52 fotos que muestran viajes diversos por la ciudad de México, desde la década de los cuarenta a la actualidad, a diez grupos de viajeros (repartidores de alimentos, vendedores ambulantes, vendedores de seguros, policías de tránsito, estudiantes y profesionales que viven lejos de sus lugares de trabajo) y les pedimos que describieran esas imágenes. No voy a repetir aquí los relatos y comentarios provocados por esas fotos que publicamos en el libro La ciudad de los viajeros, pero recuerdo cómo los viajes habituales por la ciudad -al alejarnos de los lugares conocidos- movilizan suposiciones, sospechas, “visiones” de los problemas urbanos y de la vida de los “otros” que se basan en unos pocos datos y en muchas fantasías. El viaje metropolitano como tensión entre los deseos y los miedos.

Un hecho llamativo son las perspectivas peculiares desde las cuales hablan los habitantes “comunes” sobre las dificultades de la megalópolis, distintas de las que manejan la bibliografía científica y la información periodística. La amenaza de la contaminación es inquietante para algunos, pero otros la relativizan con argumentos curiosos: el riesgo se atenúa si “lo podemos ver de esta forma: la contaminación, los alimentos, todo es una forma de intoxicación, y el sudarlo tantito es una forma de desintoxicarnos. Sí, recibimos algo de eso, pero lo que estamos sacando afuera es lo que nos hace sentirnos mejor”.

Las interpretaciones distorsionadas de varias fotos sugieren que aun lo que sucede en zonas céntricas puede ser desconcertante. Pero se inventan los datos de esos hechos desconocidos para coexistir “naturalmente” con ellos. Así, por ejemplo, un plantón de manifestantes en el Zócalo es interpretado como un conjunto de migrantes que se instala ahí porque no tiene dónde vivir. Los policías, ante la imagen de dos niños drogados en la glorieta donde se ve el David, exclaman: “¡Cómo van a estar ahí, junto a la Diana Cazadora!”

En el grupo de estudiantes, frente a la foto del Periférico, alguien dice que para él “más bien como que es una salida a provincia por los cerros. Me da la idea de que a veces todo el mundo quisiera fugarse de esta ciudad”. Como había dicho poco antes otro participante, en el mismo grupo: “cada quien construye su idea de viaje”.

Estas visiones fantasiosas son estimuladas por el carácter demasiado vasto y complejo de lo que sucede en la gran ciudad. Así como para alcanzar los objetivos de los viajes hay que usar desvíos o atajos, convivir con los problemas que parecen irresolubles incita a buscar rodeos del pensamiento, “resolver” en lo imaginario, para hacer sentir habitable un entorno hostil. Importa menos saber cómo funciona efectivamente la sociedad que imaginar algún tipo de coherencia que ayude a vivir en ella.

Leer texto completo

No hay comentarios: